El fracaso, como constante de destino, da la medida de las acciones en Random. Los personajes centrales, parte de una familia marcada por la separación paterna, son presentados a brochazos por sus acciones inconclusas y sus proyectos imposibles o delirantes. El cumplimiento de lo que podría ser un destino pasa siempre por el quiebre violento de las leyes de sociabilidad más fundamentales, como si buscasen una definición de sí mismos desde el más allá de un entorno marcado por la falta total de sentido y la indiferencia ética absoluta. Este más allá, marcado por el incesto y el crimen, encuentra su lugar en una cultura de masas en que la duplicación espectral -como personaje de comic, avatar de juego de videos o nick de chat- da una sombra de sentido, sin alcanzar a proponer un destino trascendente. La perpetuación de la fragmentariedad queda con esto asegurada.
Cabe señalar que en la estructura de Random, más allá del natural dibujo rizomático que se produce por la multiplicidad, existe un narrador testigo, que parece forzado a dar cuenta de la posibilidad de presentar la historia de los personajes como totalidad. Estos fragmentos me parecen ejemplares como la conciencia histórica vital -de piel- sobre una serie de procesos psicológicos y sociales que las generaciones nacidas post-golpe hemos tenido que experimentar de forma cada vez más amarga. La carencia de una fundamentación efectiva -que se logre enlazar con un destino claro, una épica, si es que no una tragedia- rompe sin tregua cualquier posibilidad conclusiva de comprensión, y cierra la posibilidad de juicio ético ante la descontrolada deriva de los personajes, que llega hasta el crimen y la autoeliminación real o simbólica.
Random es, más que nada, un testimonio de época: el despliegue de la sociedad del espectáculo en el seno del liberalismo más desatado sólo puede ser padecido por sus personajes, pasmados por el achatamiento completo bajo la inercia histórica total. Dar la nota del ahogo, de la clausura ética, es una efectiva virtud, y la estructura elegida, profundamente subversiva, sabe darnos una sensación de inorganicidad que, paradójicamente, hace más vívidos sus referentes. Rojas Pachas, ya reconocido como editor y crítico, ofrece con este libro un inquietante signo de pregunta sobre el campo narrativo de nuestro país.
El fracaso, como constante de destino, da la medida de las acciones en Random. Los personajes centrales, parte de una familia marcada por la separación paterna, son presentados a brochazos por sus acciones inconclusas y sus proyectos imposibles o delirantes. El cumplimiento de lo que podría ser un destino pasa siempre por el quiebre violento de las leyes de sociabilidad más fundamentales, como si buscasen una definición de sí mismos desde el más allá de un entorno marcado por la falta total de sentido y la indiferencia ética absoluta. Este más allá, marcado por el incesto y el crimen, encuentra su lugar en una cultura de masas en que la duplicación espectral -como personaje de comic, avatar de juego de videos o nick de chat- da una sombra de sentido, sin alcanzar a proponer un destino trascendente. La perpetuación de la fragmentariedad queda con esto asegurada.
Cabe señalar que en la estructura de Random, más allá del natural dibujo rizomático que se produce por la multiplicidad, existe un narrador testigo, que parece forzado a dar cuenta de la posibilidad de presentar la historia de los personajes como totalidad. Estos fragmentos me parecen ejemplares como la conciencia histórica vital -de piel- sobre una serie de procesos psicológicos y sociales que las generaciones nacidas post-golpe hemos tenido que experimentar de forma cada vez más amarga. La carencia de una fundamentación efectiva -que se logre enlazar con un destino claro, una épica, si es que no una tragedia- rompe sin tregua cualquier posibilidad conclusiva de comprensión, y cierra la posibilidad de juicio ético ante la descontrolada deriva de los personajes, que llega hasta el crimen y la autoeliminación real o simbólica.
Random es, más que nada, un testimonio de época: el despliegue de la sociedad del espectáculo en el seno del liberalismo más desatado sólo puede ser padecido por sus personajes, pasmados por el achatamiento completo bajo la inercia histórica total. Dar la nota del ahogo, de la clausura ética, es una efectiva virtud, y la estructura elegida, profundamente subversiva, sabe darnos una sensación de inorganicidad que, paradójicamente, hace más vívidos sus referentes. Rojas Pachas, ya reconocido como editor y crítico, ofrece con este libro un inquietante signo de pregunta sobre el campo narrativo de nuestro país.