Leer los relatos de Salvador Luis es precipitarse a un abismo entre vientos tempestuosos. Su agilidad y su delirio no deben distraernos de las astucias del cinéfilo, de su humor enjundioso y de su prestidigitación para jugar .
Caníbales in situ y caníbales de Twitter, pendencias políticas de las pilosidades corporales, combates entre seguidores del culto a Kurosawa y los devotos inflexibles de Tintín, quinceañeros empeñados en excomulgarse para mantener la ortodoxia en la religión de Kurt Cobain, disquisiciones eruditas sobre las permutaciones entre autómatas y masas encefálicas, la performance de un asesino conceptual y el exhibicionismo de una artista sexómana.
La montaña rusa narrativa de Salvador Luis en "Shogun inflamable" es una fragua azuzada por una fantasía lo mismo célebre que salvaje —Calvino, Macedonio, Godard— y, desde luego, por el bullicio de un festín.
Leer los relatos de Salvador Luis es precipitarse a un abismo entre vientos tempestuosos. Su agilidad y su delirio no deben distraernos de las astucias del cinéfilo, de su humor enjundioso y de su prestidigitación para jugar .
Caníbales in situ y caníbales de Twitter, pendencias políticas de las pilosidades corporales, combates entre seguidores del culto a Kurosawa y los devotos inflexibles de Tintín, quinceañeros empeñados en excomulgarse para mantener la ortodoxia en la religión de Kurt Cobain, disquisiciones eruditas sobre las permutaciones entre autómatas y masas encefálicas, la performance de un asesino conceptual y el exhibicionismo de una artista sexómana.
La montaña rusa narrativa de Salvador Luis en "Shogun inflamable" es una fragua azuzada por una fantasía lo mismo célebre que salvaje —Calvino, Macedonio, Godard— y, desde luego, por el bullicio de un festín.