"Cuando conocí a Padilla, al que le decían El Francés, trabajaba de mozo en uno de los pocos lugares de Almagro que conservaba billares buenos. Era pelado, corpulento y muy blanco. Tenía todo el cuerpo salpicado de pecas y lunares marrones. Con los años logró que lo prologara un vientre vasto y tenso. Se lo palmeaba a menudo, gesto que no siempre sugería un aire satisfecho sino, según los momentos, incomodidad, resignación o abatimiento".
"Cuando conocí a Padilla, al que le decían El Francés, trabajaba de mozo en uno de los pocos lugares de Almagro que conservaba billares buenos. Era pelado, corpulento y muy blanco. Tenía todo el cuerpo salpicado de pecas y lunares marrones. Con los años logró que lo prologara un vientre vasto y tenso. Se lo palmeaba a menudo, gesto que no siempre sugería un aire satisfecho sino, según los momentos, incomodidad, resignación o abatimiento".