Al igual que los niños que seguían al flautista de Hamelin, la humanidad caminaba con alegre indiferencia hacia el desastre, convencida de que sus excesos y avances eran prueba de evolución y desarrollo, hasta que surgió la pandemia que puso al mundo entero patas arriba. De la noche a la mañana todo se ralentizó o se detuvo, el tiempo se distorsionó y muchos tuvieron la sensación de estar atrapados en un bucle de pesadilla. Mario Mendoza anticipó con lucidez este desastre en varias de sus novelas como Lady Masacre, Diario del fin del mundo, Akelarre y Crononautas y en los relatos de El libro de las revelaciones. Ahora, en Bitácora del naufragio, atestigua desde su confinamiento los días extraños que vivimos y nos invita a “que aceptemos este desastre con frialdad, sin esperanza, pero también sin dramatismo, y tomemos algunas notas mientras nos hundimos”
Al igual que los niños que seguían al flautista de Hamelin, la humanidad caminaba con alegre indiferencia hacia el desastre, convencida de que sus excesos y avances eran prueba de evolución y desarrollo, hasta que surgió la pandemia que puso al mundo entero patas arriba. De la noche a la mañana todo se ralentizó o se detuvo, el tiempo se distorsionó y muchos tuvieron la sensación de estar atrapados en un bucle de pesadilla. Mario Mendoza anticipó con lucidez este desastre en varias de sus novelas como Lady Masacre, Diario del fin del mundo, Akelarre y Crononautas y en los relatos de El libro de las revelaciones. Ahora, en Bitácora del naufragio, atestigua desde su confinamiento los días extraños que vivimos y nos invita a “que aceptemos este desastre con frialdad, sin esperanza, pero también sin dramatismo, y tomemos algunas notas mientras nos hundimos”