Almor Kimbatu se quedó mirando a su esposa entre asombrado y asustado. Él estaba en pijama, y ella en camisón... Un camisón rojo; transparente, que contrastaba sugestivamente con la negra piel de Niora, además de permitir vislumbrar sus perfectas, bellas formas. Niora era muy joven, y tan hermosa que Almor estaba convencido de que no podía haber otra como ella en toda África. Ni, por supuesto, en Estados Unidos.
—Lo siento-musitó al fin Almor—. No puedo complacerte en eso, Niora.
—¿Por qué no? —susurró Niora.
—Deberías entenderlo sin necesidad de explicaciones.
Almor Kimbatu se quedó mirando a su esposa entre asombrado y asustado. Él estaba en pijama, y ella en camisón... Un camisón rojo; transparente, que contrastaba sugestivamente con la negra piel de Niora, además de permitir vislumbrar sus perfectas, bellas formas. Niora era muy joven, y tan hermosa que Almor estaba convencido de que no podía haber otra como ella en toda África. Ni, por supuesto, en Estados Unidos.
—Lo siento-musitó al fin Almor—. No puedo complacerte en eso, Niora.
—¿Por qué no? —susurró Niora.
—Deberías entenderlo sin necesidad de explicaciones.