El anciano miró primero, a Brigitte Montfort, alias Baby, y luego a Angelo Tomasini, el incomparable Número Uno. Ambos, atados de pies y manos a sendas sillas.
—Los dos espías son muy peligrosos —musitó el anciano—. Y los dos se aman mucho, según parece. Sin embargo, tengo un trato que ofrecerles: un millón de dólares y la vida, si me apoyan. Es decir... Sólo necesito a uno de los dos.
—¿Y a cuál elige? —musitó Brigitte.
—A aquel de ustedes que esté dispuesto a matar al otro ahora mismo. O eso, ó mueren los dos en el acto.
Número Uno y Baby se quedaron mirando fijamente al anciano. De pronto, los dos dijeron, a la vez:
—Yo lo haré.
—Pónganse de acuerdo, será mejor.
—Yo la mataré a ella —dijo Número Uno.
—No... Yo a él —aseguró Brigitte.
El anciano miró primero, a Brigitte Montfort, alias Baby, y luego a Angelo Tomasini, el incomparable Número Uno. Ambos, atados de pies y manos a sendas sillas.
—Los dos espías son muy peligrosos —musitó el anciano—. Y los dos se aman mucho, según parece. Sin embargo, tengo un trato que ofrecerles: un millón de dólares y la vida, si me apoyan. Es decir... Sólo necesito a uno de los dos.
—¿Y a cuál elige? —musitó Brigitte.
—A aquel de ustedes que esté dispuesto a matar al otro ahora mismo. O eso, ó mueren los dos en el acto.
Número Uno y Baby se quedaron mirando fijamente al anciano. De pronto, los dos dijeron, a la vez:
—Yo lo haré.
—Pónganse de acuerdo, será mejor.
—Yo la mataré a ella —dijo Número Uno.
—No... Yo a él —aseguró Brigitte.