Aceptemos un principio, si se quiere una convención: las cartas que aquí van a leerse no pretenden pasar axiomáticamente ante todos por cartas reales, pero sí por cartas poéticamente inverosímiles, que ni aspiran a la «incierta gloria» del apócrifo ni se proponen incrementar el o cuantioso o mínimo corpus existente.
Aceptemos un principio, si se quiere una convención: las cartas que aquí van a leerse no pretenden pasar axiomáticamente ante todos por cartas reales, pero sí por cartas poéticamente inverosímiles, que ni aspiran a la «incierta gloria» del apócrifo ni se proponen incrementar el o cuantioso o mínimo corpus existente.