La narradora de Desubicados necesita aliviar con urgencia su resaca existencial. Echada como una lagartija en un banco del zoológico, cierra los ojos y se entrega al balbuceo del pensamiento. En su madriguera mental habitan jirafas mudas, hipopótamos que se ríen de sus chistes privados o elefantes convertidos en delincuentes juveniles que hacen justicia por trompa propia. Y están los padres, esos indefensos ejemplares de la especie humana que se comportan como seres sobreadaptados. Pero no es que los seres humanos acá figuren por un lado y el resto de los animales por otro. Se trata, más bien, del desamparo compartido por quienes se saben fuera de lugar.
La narradora de Desubicados necesita aliviar con urgencia su resaca existencial. Echada como una lagartija en un banco del zoológico, cierra los ojos y se entrega al balbuceo del pensamiento. En su madriguera mental habitan jirafas mudas, hipopótamos que se ríen de sus chistes privados o elefantes convertidos en delincuentes juveniles que hacen justicia por trompa propia. Y están los padres, esos indefensos ejemplares de la especie humana que se comportan como seres sobreadaptados. Pero no es que los seres humanos acá figuren por un lado y el resto de los animales por otro. Se trata, más bien, del desamparo compartido por quienes se saben fuera de lugar.