El arbol de las maravillas es el maguey...que da agua y vino, y aceite y vinagre, y miel, y arrope e hilo, y aguja, y otras cien cosas. Joseph de Acosta, 1590
Cuando los dioses se percataron de que a los hombres les hacía falta algo que les alegrara la existencia, permitieron que Quetzalcóatl buscara a la joven Mayáhuel, a la que se llevó consigo; cuando su madre se percató de esto, mandó a sus numerosos hermanos tras ellos y los encontraron convertidos en dos árboles y destrozaron al que correspondía a Mayáhuel. Luego Quetzalcóatl juntó los pedazos y los enterró y de ahí nació el maguey, fuente del aguamiel que, con la moderación aconsejable, trae contento a los hombres. Esto se cuenta en un antiguo mito nahua. Pero el del licor que embriaga no es el único don del maguey, pues es una planta que como pocas proporciona toda clase de beneficios al hombre, a tal grado que prácticamente no hubo recién llegado a estas tierras que no ponderara su extra-ordinaria versatilidad utilitaria, a la que Joseph de Acosta llamó con toda razón “árbol de las maravillas”.
En nuestros días, en la percepción de la gente el Agave, nombre científico del maguey, es visto primordialmente como el origen del mezcal, el tequila y el pulque, pero es mucho más que eso. Se trata de una planta con una milenaria relación con el hombre, que se entrecruza como pocas en ámbitos que van de lo simple y cotidiano a lo ritual. Aunque tenemos claro la importancia del pulque y los mezcales —a los que ya dedicamos nuestro número 114 y para los que tenemos en perspectiva una edición especial—, optamos por dedicar esta edición de Arqueología Mexicana a mostrar la diversidad de los usos del maguey y a hacer un repaso, esencialmente gráfico, de su presencia entre distintas culturas y épocas.
El arbol de las maravillas es el maguey...que da agua y vino, y aceite y vinagre, y miel, y arrope e hilo, y aguja, y otras cien cosas. Joseph de Acosta, 1590
Cuando los dioses se percataron de que a los hombres les hacía falta algo que les alegrara la existencia, permitieron que Quetzalcóatl buscara a la joven Mayáhuel, a la que se llevó consigo; cuando su madre se percató de esto, mandó a sus numerosos hermanos tras ellos y los encontraron convertidos en dos árboles y destrozaron al que correspondía a Mayáhuel. Luego Quetzalcóatl juntó los pedazos y los enterró y de ahí nació el maguey, fuente del aguamiel que, con la moderación aconsejable, trae contento a los hombres. Esto se cuenta en un antiguo mito nahua. Pero el del licor que embriaga no es el único don del maguey, pues es una planta que como pocas proporciona toda clase de beneficios al hombre, a tal grado que prácticamente no hubo recién llegado a estas tierras que no ponderara su extra-ordinaria versatilidad utilitaria, a la que Joseph de Acosta llamó con toda razón “árbol de las maravillas”.
En nuestros días, en la percepción de la gente el Agave, nombre científico del maguey, es visto primordialmente como el origen del mezcal, el tequila y el pulque, pero es mucho más que eso. Se trata de una planta con una milenaria relación con el hombre, que se entrecruza como pocas en ámbitos que van de lo simple y cotidiano a lo ritual. Aunque tenemos claro la importancia del pulque y los mezcales —a los que ya dedicamos nuestro número 114 y para los que tenemos en perspectiva una edición especial—, optamos por dedicar esta edición de Arqueología Mexicana a mostrar la diversidad de los usos del maguey y a hacer un repaso, esencialmente gráfico, de su presencia entre distintas culturas y épocas.