CASA DE ADOBES, nos advierte el autor, no es lo que esperarí historias criollas y pintorescas ambientadas en una paisaje bucólico.
No nos vamos a encontrar con la esperable geografía tachonada con el romanticismo que evocan las casas de adobes. Por el contrario, dichas edificaciones se vuelven inquietantes y, más bien, puede que oculten seres siniestros.
Esto es lo que vamos a travesuras de niños en un cementerio o su encuentro con una figura que llora en el río, también a un típico personaje pueblerino que arregla paraguas, una persecución por parte de una carreta que no tiene animales de tiro, o a un adolescente obsesionado con una bruja.
También hay algo de humor, referencias a tradiciones perdidas, dulces ancianas que cuidan jardines, costumbres religiosas, temores arraigados desde la infancia, cafetales, cadáveres y, debe mencionarse, la sensación de un aliento gélido que eriza la piel.
CASA DE ADOBES, nos advierte el autor, no es lo que esperarí historias criollas y pintorescas ambientadas en una paisaje bucólico.
No nos vamos a encontrar con la esperable geografía tachonada con el romanticismo que evocan las casas de adobes. Por el contrario, dichas edificaciones se vuelven inquietantes y, más bien, puede que oculten seres siniestros.
Esto es lo que vamos a travesuras de niños en un cementerio o su encuentro con una figura que llora en el río, también a un típico personaje pueblerino que arregla paraguas, una persecución por parte de una carreta que no tiene animales de tiro, o a un adolescente obsesionado con una bruja.
También hay algo de humor, referencias a tradiciones perdidas, dulces ancianas que cuidan jardines, costumbres religiosas, temores arraigados desde la infancia, cafetales, cadáveres y, debe mencionarse, la sensación de un aliento gélido que eriza la piel.