En aquel tiempo ellos tenían veinte años y estaban locos. Los había brutos, salvajes: Marina Ramón-Borja y Judit del Río, con sangre entre las piernas y los sesos dulces... Los había surrealistas: Enrique Morales, que hablaba desde el desierto, o Álvaro Guijarro, que saltaba y reía, y saltaba... Los había infantilmente crueles: Emily Roberts, Sara R. Gallardo u Odile L'Autremonde, que tenían la sonrisa de las lolitas diabólicas hablando de sus sentimientos y de sus cuerpos puros... Los había que jugaban con las palabras: Cristina Fernández Recasens y Eba Reiro, saltando juntas su particular rayuela... También había quien prefería la experiencia, la descripción exacta del momento: Alberto Acerete, Miguel Rual o Cristian Alcaraz... Quien prefería la concisión, la suavidad, el canto: Laura Rosal, Raúl E. Narbón, Bárbara Butragueño... Quien prefería el cerebro, el hablábláblá fluido y deslumbrante: David Leo García, Ernesto Castro, Ángel de la Torre... Había quien reivindicaba: Alberto Guirao... Había quien, por la palabra, se hacía superhéroe: Unai Velasco... Había quien conocía la música y, a su manera, reconstruyó lo clásico: María M. Bautista, Javier Gato... Los había, sí, que rerían: Constantino Molina.... Los había, sí, que volaban: Laura Casielles, María Salvador... Los había, en este libro, que sabían construir: Ruth Llana... Y los había que nunca rezaban: Berta García Faet... Eran veintisiete poetas menores de veintisiete años que irrumpieron en la poesía regenerando con sus versos e invocando tiempos nuevos. Porque en este tiempo difícil para la juventud, minado por el desconcierto y la indignación, sólo la Literatura y Su Literatura pudo traer un poco de esperanza. Eran poetas. Eran hermosos. Estaban locos.
LUNA MIGUEL
En aquel tiempo ellos tenían veinte años y estaban locos. Los había brutos, salvajes: Marina Ramón-Borja y Judit del Río, con sangre entre las piernas y los sesos dulces... Los había surrealistas: Enrique Morales, que hablaba desde el desierto, o Álvaro Guijarro, que saltaba y reía, y saltaba... Los había infantilmente crueles: Emily Roberts, Sara R. Gallardo u Odile L'Autremonde, que tenían la sonrisa de las lolitas diabólicas hablando de sus sentimientos y de sus cuerpos puros... Los había que jugaban con las palabras: Cristina Fernández Recasens y Eba Reiro, saltando juntas su particular rayuela... También había quien prefería la experiencia, la descripción exacta del momento: Alberto Acerete, Miguel Rual o Cristian Alcaraz... Quien prefería la concisión, la suavidad, el canto: Laura Rosal, Raúl E. Narbón, Bárbara Butragueño... Quien prefería el cerebro, el hablábláblá fluido y deslumbrante: David Leo García, Ernesto Castro, Ángel de la Torre... Había quien reivindicaba: Alberto Guirao... Había quien, por la palabra, se hacía superhéroe: Unai Velasco... Había quien conocía la música y, a su manera, reconstruyó lo clásico: María M. Bautista, Javier Gato... Los había, sí, que rerían: Constantino Molina.... Los había, sí, que volaban: Laura Casielles, María Salvador... Los había, en este libro, que sabían construir: Ruth Llana... Y los había que nunca rezaban: Berta García Faet... Eran veintisiete poetas menores de veintisiete años que irrumpieron en la poesía regenerando con sus versos e invocando tiempos nuevos. Porque en este tiempo difícil para la juventud, minado por el desconcierto y la indignación, sólo la Literatura y Su Literatura pudo traer un poco de esperanza. Eran poetas. Eran hermosos. Estaban locos.
LUNA MIGUEL