«A los trece años casi todas las opciones son malas. Aprieto el botón que corresponde a mi casa. Quisiera que mi madre me abriera la puerta sin decir nada porque sabe perfectamente que soy yo, pero a ella le gusta contestar, le gusta incluso poner voces, hacer chistes, demostrarle al barrio desde la cocina que ella no es una madre aburrida, que es una fiesta de espontaneidad y frescura, y con ello pone en riesgo mi integridad. En el fondo la comprendo, las estrictas normas que hay que seguir a mi edad para mantenerse a flote le parecen ridículas. Es verdad que lo son.»
Tiene trece años. Un día acabó Primaria con la promesa de reencontrarse con su pandilla, pero a la vuelta del verano no volvió a saber de ellos. Ahora quedan, fuman, visten raro y se comportan aún peor. No ha llegado a tiempo al cambio.
A veces, saca los muñecos, pero los esconde rápido debajo de la cama. También se mira al espejo, y se pregunta si alguien, algún día, querrá darle un beso. Y observa, siempre, incesantemente, mientras se apoya en el quicio de la ventana, que se le clava en la piel, a la vecina de enfrente, al otro lado de la calle, tan mayor y tan guapa y tan rebelde.
Hoy la pandilla le ha dejado caer que dé una vuelta con ellos. A lo mejor todo vuelve a ser normal. Quiere ir, pero no sabe qué ponerse, ni cómo hacer que no le suden las axilas, ni cómo disimular que es la tarde que más vértigo le da de su vida.
La primera novela ilustrada de Elisa Victoria describe con sencillez cada una de las dudas que conforman la preadolescencia. Un retrato bellísimo del crecimiento, la incomprensión y los momentos decisivos.
«A los trece años casi todas las opciones son malas. Aprieto el botón que corresponde a mi casa. Quisiera que mi madre me abriera la puerta sin decir nada porque sabe perfectamente que soy yo, pero a ella le gusta contestar, le gusta incluso poner voces, hacer chistes, demostrarle al barrio desde la cocina que ella no es una madre aburrida, que es una fiesta de espontaneidad y frescura, y con ello pone en riesgo mi integridad. En el fondo la comprendo, las estrictas normas que hay que seguir a mi edad para mantenerse a flote le parecen ridículas. Es verdad que lo son.»
Tiene trece años. Un día acabó Primaria con la promesa de reencontrarse con su pandilla, pero a la vuelta del verano no volvió a saber de ellos. Ahora quedan, fuman, visten raro y se comportan aún peor. No ha llegado a tiempo al cambio.
A veces, saca los muñecos, pero los esconde rápido debajo de la cama. También se mira al espejo, y se pregunta si alguien, algún día, querrá darle un beso. Y observa, siempre, incesantemente, mientras se apoya en el quicio de la ventana, que se le clava en la piel, a la vecina de enfrente, al otro lado de la calle, tan mayor y tan guapa y tan rebelde.
Hoy la pandilla le ha dejado caer que dé una vuelta con ellos. A lo mejor todo vuelve a ser normal. Quiere ir, pero no sabe qué ponerse, ni cómo hacer que no le suden las axilas, ni cómo disimular que es la tarde que más vértigo le da de su vida.
La primera novela ilustrada de Elisa Victoria describe con sencillez cada una de las dudas que conforman la preadolescencia. Un retrato bellísimo del crecimiento, la incomprensión y los momentos decisivos.