La obra de Víctor Ramírez va creciendo entre nosotros, ligándose al pueblo, a nuestras luchas, a nuestras miserias y anhelos. Tiene la mezcla de resquemor y amor por sus paisanos que ya expresaba Alonso Quesada, y de ahí nace ese lenguaje entre tierno y amargo, siempre duro, con que nos zahiere y acaricia. Los espolonazos del gallo nos han hecho muchas veces saltar de rabia, pero también ser siempre testigos fieles del camino de la liberación individual y colectiva, una catarsis necesaria que nos obliga a replantearnos continuamente nuestra propia posición ética. De aquella zafra constituye un solitario diálogo consigo mismo y con el lector, una fusta dialéctica contra el poder, permanente capador de libertades.
La obra de Víctor Ramírez va creciendo entre nosotros, ligándose al pueblo, a nuestras luchas, a nuestras miserias y anhelos. Tiene la mezcla de resquemor y amor por sus paisanos que ya expresaba Alonso Quesada, y de ahí nace ese lenguaje entre tierno y amargo, siempre duro, con que nos zahiere y acaricia. Los espolonazos del gallo nos han hecho muchas veces saltar de rabia, pero también ser siempre testigos fieles del camino de la liberación individual y colectiva, una catarsis necesaria que nos obliga a replantearnos continuamente nuestra propia posición ética. De aquella zafra constituye un solitario diálogo consigo mismo y con el lector, una fusta dialéctica contra el poder, permanente capador de libertades.