"La pared era todo lo blanco que se puede ser. Según el reloj que marcaba los segundos con persistencia de bongó, yo había pasado tres horas en ese asiento. Me dolía la espalda y no sentía las piernas, aunque la derecha no había dejado de movérseme desde que me dijeron espere acá".
"La pared era todo lo blanco que se puede ser. Según el reloj que marcaba los segundos con persistencia de bongó, yo había pasado tres horas en ese asiento. Me dolía la espalda y no sentía las piernas, aunque la derecha no había dejado de movérseme desde que me dijeron espere acá".