En la pasada edición, por primera vez en la historia del Premio Pablo Rido, el relato ganador y los finalistas, que hasta ahora aparecían dispersos en diversas publicaciones o incluso quedaban inéditos, han sido reunidos en un solo volumen. Se facilita así que el lector evalúe el nivel alcanzado por el premio y se impulsa el conocimiento de los autores galardonados.
En Los cazadores de nubes, Muñoz vuelve a sus puntos fuertes: futuro cercano, personajes desencantados, trama leve que apuntala la descripción de una situación vital y enorme madurez en la descripción de tipos humanos y paisajes hostiles. Destaca quizá la invención de ese deporte futurista, la caza de nubes, que con sus reglamentos, federaciones, leyendas y tragedias desprende una ácida visión del mundo del deporte de competición y del espectáculo.
En Las lágrimas de Lorenzo, Palma cruza dos de sus marcas de fábrica: las historias de amor y desamor, narradas con un punto de amargura y otro de ternura y complicidad, y las situaciones absurdas llevadas implacablemente a un desenlace coherente.
En Crónica del Niño Sapo de Cascajar de los Montes, Eugenio Sánchez cuenta la extraordinaria, patética y divertidísima historia del descubrimiento de un monstruo en una zona deprimida de la España de los años 50, apenas salida de la miseria y ansiosa de noticias fantásticas. Narrada a través de recortes de periódicos y notas de campo de un supuesto experto.
En A contrapluma, Oscar Daniel Salomón traza una hábil metáfora de la condición del individuo en la sociedad. Su protagonista es un buitre que ha descubierto algo que lo diferencia de los demás, pero, frente a la ñoñería de las parábolas animales al uso , Salomón no esquiva los elementos más crudos del relato. Constantemente, además, tenemos la impresión de que el cuento penetra en lo fantástico.
Por último, Carlos Martínez Córdoba nos narra en Juzgado 11 una historia que comienza siendo infantil y acaba de forma dura y sórdida. En un colegio de una ciudad cualquiera, un grupo de niños decide celebrar juicios entre ellos y a los adultos para hacer justicia desde su particular punto de vista. Pero si hay un juicio tiene que haber una sentencia y alguien encargado de ejecutarla. Poco a poco, y de forma paulatinamente siniestra, el juego infantil del principio se convierte en algo mucho más serio, una trama perversa cuya resolución sólo puede ser sangrienta.
En la pasada edición, por primera vez en la historia del Premio Pablo Rido, el relato ganador y los finalistas, que hasta ahora aparecían dispersos en diversas publicaciones o incluso quedaban inéditos, han sido reunidos en un solo volumen. Se facilita así que el lector evalúe el nivel alcanzado por el premio y se impulsa el conocimiento de los autores galardonados.
En Los cazadores de nubes, Muñoz vuelve a sus puntos fuertes: futuro cercano, personajes desencantados, trama leve que apuntala la descripción de una situación vital y enorme madurez en la descripción de tipos humanos y paisajes hostiles. Destaca quizá la invención de ese deporte futurista, la caza de nubes, que con sus reglamentos, federaciones, leyendas y tragedias desprende una ácida visión del mundo del deporte de competición y del espectáculo.
En Las lágrimas de Lorenzo, Palma cruza dos de sus marcas de fábrica: las historias de amor y desamor, narradas con un punto de amargura y otro de ternura y complicidad, y las situaciones absurdas llevadas implacablemente a un desenlace coherente.
En Crónica del Niño Sapo de Cascajar de los Montes, Eugenio Sánchez cuenta la extraordinaria, patética y divertidísima historia del descubrimiento de un monstruo en una zona deprimida de la España de los años 50, apenas salida de la miseria y ansiosa de noticias fantásticas. Narrada a través de recortes de periódicos y notas de campo de un supuesto experto.
En A contrapluma, Oscar Daniel Salomón traza una hábil metáfora de la condición del individuo en la sociedad. Su protagonista es un buitre que ha descubierto algo que lo diferencia de los demás, pero, frente a la ñoñería de las parábolas animales al uso , Salomón no esquiva los elementos más crudos del relato. Constantemente, además, tenemos la impresión de que el cuento penetra en lo fantástico.
Por último, Carlos Martínez Córdoba nos narra en Juzgado 11 una historia que comienza siendo infantil y acaba de forma dura y sórdida. En un colegio de una ciudad cualquiera, un grupo de niños decide celebrar juicios entre ellos y a los adultos para hacer justicia desde su particular punto de vista. Pero si hay un juicio tiene que haber una sentencia y alguien encargado de ejecutarla. Poco a poco, y de forma paulatinamente siniestra, el juego infantil del principio se convierte en algo mucho más serio, una trama perversa cuya resolución sólo puede ser sangrienta.