Los hombres: son como niños viejos, que mienten con soltura y callan con obstinación. Su piel cubre y abriga un deseo sin palabras, duro como una bala, certero como la muerte.
Las mujeres: son la voz del amor, que se recrea en el recuerdo y la fabulación de lo que será, en un idioma que sólo ellas dominan. Son la voz del sabor y del olor, animales sabios que han aprendido a medir el tiempo del placer.
La vida: es un perverso juego de locos despropósitos que las palabras apasionadas de Sandra Cisneros en Érase un hombre, érase una mujer han convertido en ley.
Los hombres: son como niños viejos, que mienten con soltura y callan con obstinación. Su piel cubre y abriga un deseo sin palabras, duro como una bala, certero como la muerte.
Las mujeres: son la voz del amor, que se recrea en el recuerdo y la fabulación de lo que será, en un idioma que sólo ellas dominan. Son la voz del sabor y del olor, animales sabios que han aprendido a medir el tiempo del placer.
La vida: es un perverso juego de locos despropósitos que las palabras apasionadas de Sandra Cisneros en Érase un hombre, érase una mujer han convertido en ley.